Tú que fuiste mi dios y mi
agonía
te alejaste de mí sin
avisar
desvanece tu voz la lejanía
y tu imagen se pierde a mi
pesar.
Porque la vida supo
golpear
en los puntos que más nos
dolería,
moriré arrodillada en el
altar
de mi fe, por tu risa, y
tu alegría.
Y me duele el silencio de
tu olvido
que enmudece mi sangre y
mi garganta
y trepa por mis venas como
yedras.
Te perdoné tu adiós con un
gemido
y con una frialdad que me
atraganta
mi perdón enterraste entre
las piedras.