Una vez más escapa de mis manos
la sutil primavera de las flores,
y el cansancio, señor, y los dolores
atropellan designios de veranos.
Ya los desvelos me resultan vanos,
los días van mermando resplandores,
y del dorado otoño los fragores
me arrastran a los fríos más tempranos.
Y con disfraz de trance equivocado
rajando la atalaya vulnerable
ya se avecina el congelado invierno.
Glacial y cruel efigie impenetrable
que pretende en sus garras lo prestado
para arrojarme al pozo del infierno.
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